«Hasta que no conviertas tu inconsciente en consciente, dirigirá tu vida, y lo llamarás destino.»
C. G. Jung
No estamos determinados ni por nuestra genética ni por nuestras circunstancias. De hecho la epigenética ha demostrado cómo los pensamientos moldean de una forma impresionante el ADN de nuestras células.
No digo nada especial, si digo que cuando hablamos plantamos semillas en nuestro subconsciente, y al repetir cada frase con una emoción que la sustente, se ancla en nuestro inconsciente. Por supuesto, las primeras palabras que se establecieron como nuestra autoimagen fundamental fueron las frases y la comunicación emocional que tuvimos con nuestros padres o cuidadores.
Pero ahora de adultos tenemos la responsabilidad y el poder de transformar nuestra identidad, nuestras relaciones, nuestra experiencia, el mundo en el que vivimos. El mundo que vivimos nosotros, y con el que se comunican las personas que se acercan por un momento o se relacionan toda una vida.
Cuestiona por un momento tu libertad de pensar lo que quieres: ¿Puedes pensar lo que deseas, en este momento o reaccionas automáticamente o de forma errática según la situación? Según lo que te dice alguien reaccionas de un modo u otro? Si No puedes decidir lo que piensas, dime, ¿qué estás decidiendo, entonces?
No se trata de tener pensamientos positivos todo el rato, no se trata de no juzgar, porque eso es demasiado naïf, e inevitable como seres humanos.
Se trata de transformar nuestra percepción en este momento, reconociendo lo que proviene de nuestra sombra, y decidir, sí decidir, qué es lo que quiero ver y qué es lo que quiero experimentar. Eso implica mucha imaginación, y resistir la tentación de los pensamientos generados por el miedo. Requiere de un entrenamiento constante para cambiar el entrenamiento mental de toda una vida construyendo la Programación Neurolingüística que tenemos.
Pero llegado a este punto aparece la gran resistencia. ¿Por qué? Porque lo que percibimos está determinado por nuestra mentalidad. Y construimos nuestra identidad según los pensamientos que tenemos acerca de nosotros.
Y eso va a encontrar todas las barreras emocionales posibles, porque NO existen aún redes neuronales que permitan esa mentalidad, ese paradigma cognitivo y emocional. Ese mundo aún no existe. Ylo hemos de crear A H O R A sin esperar la ayuda de nadie, sin esperar que los demás sean mejores, que tu marido cambie, que tu madre se apunte a yoga.
Aquí me voy a permitir una pequeña digresión: No hay un mundo donde vivimos todos. Hay un mundo para cada uno, porque hay una experiencia de la realidad individual. Lo que tu consideras sobre esta situación está condicionado por la conciencia que tienes de ti mismo y la capacidad que tienes para incluir a todos como representantes de tu relación contigo. Y claro que hay un consenso social de lo que está bien o está mal, de lo que deberías sentir sobre ese personaje o esa situación. Pero igual que cuando no te interesa creer en algo porque no es afín a tu religión o partido político, igual puedes dejar de creer la soberana estupidez que te está limitando a ti y te está haciendo sufrir a ti y a los demás. Por cierto, el sufrimiento es un buen indicador de que estamos equivocados.
Mi vida se mueve en la dirección de mis palabras. En el principio ya era la Palabra, y aquel que es la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios. Adivina quien era Dios. Todo aquél que manifiesta. Y todos manifestamos nuestra vida. Cada frase es una oración de autocumplimiento, es una profecía autocumplida: “ No creo que pueda conseguir este trabajo, no me siento querido, no tengo suficiente dinero para llegar a fin de mes, el gobierno es corrupto, mi jefe está tomando las medidas equivocadas, la gente es insolidaria, tengo miedo de ponerme enfermo..” Parecen corroboraciones de la realidad. Pero ¿de qué realidad? Aunque nuestra percepción observe una parte de la realidad, aquí no se trata de tener la razón, sino de predeterminar qué experiencia y en qué realidad queremos vivir.
Veo a menudo como la gente se enfoca tanto en lo negativo, que vive las consecuencias de sus ideas sin darse cuenta que son fruto de su propia narrativa. Y justamente esto es uno de los pilares de la terapia: transformar la narrativa defensiva e hiriente en una resiliente y honesta, responsable, sanadora. Sabemos que nuestra narrativa crea nuestra percepción, y nuestra percepción construye una mentalidad que confirma la experiencia del mundo.
Déjame decir algo sobre la idea de que ahora resulta que estamos en una situación de inseguridad y de incerteza. Es sorprendente como nos creemos nuestras propias opiniones, como si fueran verdades absolutas sobre la realidad. ¿Ahora es un momento de menor certeza que cuando? En cualquier momento de tu vida te pueden despedir, puedes enfermar y puede pasar algo de lo no piensas más que cuando le sucede a los demás: puedes morir. Dime, ¿quién te asegurado que no puedes morir mañana? La confirmación de que tú tienes menos seguridad que hace 2 meses no es sólo una falacia, sino un crimen contra tu vida y la de las personas de tu alrededor.
Por supuesto existen una circunstancias, no pretendo dar consejos new age a quien está viviendo situaciones realmente dolorosas. Lo que estoy diciendo y con total convicción, es que la situación puede ser la que sea, pero la actitud es tuya. Y que la actitud es lo que genera nuevas posibilidades. Itinerarios que no parecían posibles, posibilidades que no existían para tu razón y menos para el consenso social. Sabemos cuánta lealtad hay a las creencias familias, a las construcciones sociales..
Pero si te fijas en la incertidumbre de la gente, en la expansión del miedo del inconsciente colectivo, de la inseguridad de tu familia, de cada uno que se contagia de la neurosis colectiva, ¿qué ejemplo de determinación y resiliencia eres para tus hijos, para la gente de tu alrededor? Ese el verdadero contagio de la enfermedad, de la enfermedad mental cuando compartes en las redes sociale o en tus reuniones, tus criticas, tu odio, tu sensación de injusticia.
¿Quieres ser parte de la ola de miedo o quieres liderar la transformación de cada momento? Al cambiar tu narrativa, al cuidar tus palabras, siembras las semillas de la transformación de la Humanidad.
Conozco madres que habiendo sido violadas cuando eran niñas, han construido una familia y una relación de amor inspirador con sus hijos, para con su nueva familia; he visto como alguien que había sido alcohólico durante 20 años se convirtió en un año en un empresario de éxito, siendo un ejemplo de liderazgo para su equipo; conozco a alguien sin piernas ni brazos que es un coach que inspira a miles de jóvenes a transformar sus vidas y liberarse de la ideación suicida. Dime, ¿Cuál es tu excusa?
Aunque no es cuestión sólo de cuánto quieres algo. Porque mucho de lo que se construye desde el deseo a cambiar, está basado en el miedo a ser lo que uno es, o a convertirse en lo que fueron sus padres, en no repetir el pasado. Tampoco se trata de querer cambiarse porque la pretensión de querer cambiar es resultado del rechazo y la negación de uno mismo. Gran parte del deseo está basado en la sensación de carencia de lo que no tenemos.
Cuando por un momento paramos nuestra mente, silenciamos nuestro diálogo interno, y no decimos lo que solíamos decir, cuando tomamos una actitud diametralmente diferente ante la misma situación que hemos reaccionado siempre con miedo, una nueva posibilidad perceptiva se abre. Una nueva red neuronal se conecta. Cada situación es una infinita posibilidad de comprensiones, de posibilidades de transformación. Podemos establecer una conversación diferente con el mundo, una comunicación diferente para la transformación de esta experiencia, de esta relación.
Gran parte de la expresión inconsciente de nuestra cháchara destructiva, es simplemente por no tener claridad qué función y qué propósito tiene mi presencia aquí, en este momento. Y sólo hay dos posible objetivos: servir a la vida o servir a la muerte. Esto no es algo esotérico. La psicología y las neurociencias lo saben bien hace tiempo: en cada decisión hay un impulso creativo o destructivo. Y nuestra narrativa, nuestro diálogo interno está sólo al servicio de uno o de otro propósito. No se puede servir a dos maestros a la vez.
Lo que no sabemos es que en la intención consciente o inconsciente de dañar o curar, de resolver o alimentar el conflicto, de estar al servicio de los demás o de tener la razón, de ser una expresión del amor o del miedo, la experiencia de nosotros mismos está totalmente implicada.
Aún somos tan ingenuos que creemos que podemos criticar a alguien y mantener nuestra autoimagen intacta. Compararnos con alguien que creemos mejor o peor y considerar que no nos estamos juzgando a nosotros mismos. Hace tiempo me di cuenta que mi complejo de inferioridad esconde la prepotencia de sentirme mejor que otros, y que mi complejo de superioridad esconde la impotencia de sentirme peor que otros. La humildad del mendigo, lo llamaba mi madre. Se arrodilla para pedir unas monedas, pero en cuanto tiene algo de poder, no duda en someter a alguien poniéndole el pie en el cuello.
El éxito de cualquier proyecto vital y la realización de cualquiera es el control de la conversación interna sobre cualquier experiencia. Tú eliges qué circuito neuronal quieres alimentar, tú eliges quien quieres ser en cada momento, alguien que es esclavo del miedo, o alguien que está al servicio de algo mayor que uno mismo.
Sé alguien que te haga feliz, no te engañes con otro.
Jonás Gnana